domingo, 21 de diciembre de 2014

Casi 14.000 vascos hacen un testamento vital para decidir sobre el final de su vida. Fuente: El Correo

  • Euskadi es la segunda comunidad donde más documentos de voluntades previas se firman, sólo por detrás de Cataluña. En toda España ya la han suscrito casi 178.000 personas

El piiii-piiii-piiii del monitor de constantes vitales se acompasa con un quejido constante que a uno, al acompañante, le produce una enorme congoja y una tremenda sensación de impotencia. Sobre la almohada, un gesto permanente de dolor y unos ojos que no tienen fuerzas ni para abrirse o derramar una sola lágrima. Una respiración renqueante, que recuerda a un motor viejo a punto de parar, ahogada en el frío box de la UCI por el runrún burbujeante del respirador automático. Un cuerpo ya casi inerte, condenado a una lenta agonía. Un paciente exhausto, agotado de librar una batalla perdida, amarrado a unas máquinas que pretenden seguir atándole a una vida que ya no es, mediante un hilo finísimo que parece pesar como una cadena a base de argollas de hierro forjado. Cada vez más personas no quieren llegar a esa situación. Por eso casi 14.000 vascos han firmado ya su testamento vital, un escrito que permite decidir al ciudadano cómo terminar sus días.
Según los datos del Registro Nacional de Inscripciones Previas, un órgano que depende del Ministerio de Sanidad, 13.686 personas en Euskadi, algo más de 3.000 que el pasado año, han formalizado el 'documento de voluntades anticipadas' (DVA). Se trata de un impreso en el que cualquiera, mayor de 18 años, concreta qué cuidados desea recibir si llega en el momento en el que su estado es irreversible, si está terminal, inconsciente o, simplemente, las circunstancias hacen que no pueda decidir ni expresar su voluntad por sí mismo. También es la garantía de que no le va a ser practicada en ningún caso la llamada distanasia -o 'encarnizamiento terapéutico'-, por la que se conocen las prácticas médicas encaminadas a prolongar de forma artificial la vida de un enfermo. Es el caso de la alimentación por sonda o la administración de ciertos fármacos o fluidos por vía intravenosa, algo que, de no existir dicho documento, los facultativos están obligados.
A ojos de la ley, el DVA, que en Euskadi está regulado desde 2002 y se puede formalizar a través del Registro de Voluntades Previas dependiente de Osakidetza, supone una especie de autorización para que, llegado el momento, a un ciudadano le pueda ser practicada la eutanasia pasiva. Es decir, que un paciente terminal reciba todo tipo de cuidados paliativos destinados a disminuir su sufrimiento aunque estos puedan llegar a acelerar su muerte. Más allá de los tecnicismos médicos, "es un respiro para la familia en una situación tan complicada", asegura Rosalía Miranda, de la delegación en Euskadi de la asociación española Derecho a Morir Dignamente a la que se acercan familiares y enfermos preocupados por la manera en la que van a terminar sus vidas. Por tener una buena muerte. 
Sólo por detrás de Cataluña
En España, un país en el que la eutanasia activa y el suicidio asistido están perseguidos y penados, hay 177.473 expedientes de instrucciones previas, según los últimos datos disponibles, del 3 de noviembre. Son más de 30.000 que en 2013, y entre las distintas comunidades autónomas, en proporción a sus habitantes, Euskadi es una en la que más testamentos vitales se han formalizado, sólo por detrás de Cataluña, con 55.374 documentos activos. Cada departamento de salud de cada territorio se encarga de gestionar el testamento vital, aunque, en la práctica y llegado el caso, cualquier médico del país puede consultar si el paciente está incluido en el fichero de instrucciones previas, en el que también se pueden dejar instrucciones de qué hacer con sus órganos.
Miguel no ha cumplido ni los 30, pero hace menos de un año que ya firmó su testamento vital, poco después de que se tuviera que encarar una de las situaciones más delicadas de su vida. Su padre se enfrentó a una complicada cirugía que no salió bien. Tras una semana sedado, su estado empeoró de forma abrupta. Entonces, en una reunión que jamás olvidará, los médicos le preguntaron de la forma más delicada qué había pensado hacer. Decidió que hicieran todo lo posible para mantenerlo con vida, una decisión tomada desde el corazón de la que su razón no tardó en arrepentirse. Intubado y sondado, Miguel padre murió una agónica semana después. Él se dijo que nadie debería cargar jamás con una decisión así. Y en su caso, con su firma, nadie lo tendrá que hacer.

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