Proteínas
capaces de crear hueso, inyecciones de plasma sanguíneo centrifugado
que forme tejido donde se necesite o las futuras prótesis biológicas,
preparadas con factores de crecimiento y creadas por las células del
propio paciente, son algunos de los pasos que cada vez se acercan más al
futuro que los expertos anhelan: llegar a regenerar los tejidos
gastados. Hasta que llegue ese momento, crucial para la historia de la
medicina, existen otras técnicas que ayudan al ser humano a tener una
mejor calidad de vida cuando los huesos fallan.
Por regla general el esqueleto, que es un tejido vivo, es
capaz de repararse completamente por sí mismo de muchos de sus daños.
Así es como se curan la mayoría de las fracturas con una simple
inmovilización. Pero a veces, fundamentalmente cuando un defecto óseo es
grande, es necesario ‘ayudarle’ en la curación con injertos óseos o con
lo que se conoce con el nombre de sustitutivos óseos. «Son materiales
biocompatibles, lo que quiere decir que implantados en el cuerpo humano
no son reconocidos como extraños ni rechazados, estableciendo una unión
física y química con el resto del esqueleto (osteointegración)», explica
el doctor Luis Rafael Ramos Pascua, miembro numerario de la Sociedad
Española de Cirugía Ortopédica y Traumatología (SECOT) y jefe del
Servicio de Cirugía Ortopédica y Traumatología del Complejo Asistencial
Universitario de León.
Injertos y biomateriales
A pesar de los avances en biomateriales –materiales
implantables–, nada supera al hueso que forma parte de cada uno de
nosotros. «El motivo es que es el del propio paciente el único que
cumple tres importantes propiedades: osteogénesis o capacidad para
formar hueso nuevo, osteoinducción o reclutamiento de células
mesenquimales que puedan diferenciarse en células formadoras de
cartílago o hueso, y la osteoconducción o proceso tridimensional por el
que se crea el ‘andamiaje’ necesario para que el hueso crezca»,
puntualiza el doctor Homero Valencia García, traumatólogo y responsable
del Banco de Huesos y Tejidos del Hospital Universitario Fundación
Alcorcón (HUFA), en Madrid.
Pero no siempre es posible el autoinjerto, por lo que se
puede recurrir a los aloinjertos (huesos de donantes) y los
biomateriales. «Ante un defecto óseo, cuando el esqueleto no sea capaz
de repararlo por sus medios, la elección de usar un tipo u otro de
sustitutivo depende del traumatólogo y, de alguna manera, del paciente
convenientemente informado. En la decisión, el traumatólogo tiene en
cuenta el tipo de defecto, las características de cada sustitutivo y,
ciertamente, sus preferencias y experiencia. El paciente puede opinar
para preferir, cuando las circunstancias del caso lo permitan, que se
use injerto óseo propio, de otro individuo o un biomaterial», afirma el
doctor Ramos.
La biocompatibilidad y la duración son dos de los factores a
través de los que se evalúan los materiales usados para hacer huesos
artificiales. Es lógico, ya que al estar en contacto con tejido vivo es
imprescindible que no produzcan reacciones adversas y por su labor es
deseable que mantengan sus prestaciones el mayor tiempo posible. En este
caso la clasificación más fácil es la que distingue entre materiales
metálicos, cerámicos y polímeros (‘plásticos’). En el grupo de los
metálicos, por ejemplo, está el acero inoxidable o el titanio; en el de
los cerámicos, la hidroxiapatita y los fosfatos cálcicos; y en el de los
polímeros, el cemento acrílico, el polietileno y muchos otros más.
«Con el progreso de la ciencia todos han mejorado en
biocompatibilidad y, si inicialmente se comportaban de forma inerte, en
la actualidad interactúan con el cuerpo receptor desencadenando en él
reacciones que facilitan lo que se pretende con su uso: reparar daños en
la estructura esquelética», matiza el experto de la SECOT.
En el caso de los huesos de donantes, que se almacenan en
bancos específicos y se rigen por una reglas estrictas de trasplantes,
su uso está creciendo cada vez más: cuando una fractura consolida con
dificultad o no lo hace; por pérdidas óseas muy grandes; como reemplazo
en cirugías tumorales; en cirugía deportiva donde se pueden necesitar
muchas veces también los tendones; para reparar lesiones provocadas por
la artrosis y por la osteoporosis, y en operaciones de la columna en las
que se necesita fusionar las vértebras con barras y tornillos.
Sustituir las articulaciones
Otra de las ayudas de las que se puede valer nuestro
esqueleto cuando comienza a fallar son las prótesis. De hecho en España
se implantan anualmente alrededor de 40.000, la mayoría de rodilla y
cadera –y la cifra va en aumento debido al envejecimiento de la
población–.
Estos sistemas de sustitución de articulaciones (cadera,
rodilla, hombre, codo…) son muy habituales cuando hay una artrosis. «En
el caso de las de cadera se utilizan en dos indicaciones fundamentales:
fracturas que no pueden fijarse y artrosis que produce dolor que no
responde a tratamientos no quirúrgicos (analgésicos, rehabilitación…)»,
explica el doctor Javier Martínez Martín, jefe de Área de Cirugía
Ortopédica, Traumatología y Rehabilitación del HUFA.
Estas se componen de diversos materiales. La parte que está
en contacto con el hueso es metálica: aleaciones de titanio, cromo,
cobalto, acero… La que hace el ‘juego’ o articula está formada por dos
superficies que se deslizan o ‘par de fricción’ y suele ser de metal o
cerámica contra polimetilmetacrilato, o de cerámica contra cerámica. La
elección de una u otra depende de la edad, el sexo y la actividad física
del paciente, ya que cada ‘par de fricción’ tiene diferentes
características.
En cuanto a la duración, «esta depende de que se desgaste
(lo hace menos el par de cerámica contra cerámica) y de lo que se mueva
la prótesis dentro del hueso. Actualmente las que usamos tienen una
supervivencia mayor de 15-20 años, salvo complicaciones», detalla el
doctor Martínez Martín.
Junto a estas, los cementos acrílicos interpuestos entre la
prótesis y el hueso mejoran la adaptación, una técnica que se usa más
en pacientes mayores por la mala calidad de sus huesos.
Riesgos de las prótesis
Pero las prótesis que tanto pueden mejorar una vida no
están exentas de problemas. Uno de los riesgos más importantes es, por
ejemplo, el que llevó de nuevo al monarca español a pasar por quirófano
el pasado 24 de septiembre: la infección, que aparezce solo entre un 1 y
un 5 por ciento de los casos y que conlleva la retirada de la prótesis.
Según la Clínica Universidad de Navarra los ‘culpables’ suelen ser
microorganismos que forman parte de la flora cutánea y que pueden
acceder a la zona de la prótesis.
Existen diversas clasificaciones en función del tiempo de
aparición y el contexto clínico. Las más importantes son: las
infecciones postoperatorias tempranas (35 por ciento) y la infección
tardía crónica (50 por ciento), aquella que debuta al menos un mes
después de la cirugía, y que es la que presentó el Rey.
Otro de los riesgos es el desgaste cuando lleva muchos años
implantada y la movilización de la misma dentro del hueso, ya que
produce dolor y hace necesario que sea reemplazada. En las operaciones
de estos recambios se utiliza también tejido óseo de donante para
«abonar el hueso con más hueso y reparar así el desgaste causado»,
explica el doctor Valencia.
Con todo, el futuro pasa por lograr recrear en el
laboratorio, con ayuda de células madre, estructuras idénticas a las que
nos vienen de serie. Pero sustituir la biología del cuerpo humano no es
fácil.
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