El investigador ha descrito la acción de dos proteínas que combaten entre sí, una para evitar la expansión del tumor y la otra para favorecerla
El 90% de las muertes por cáncer se produce porque un tumor
que apareció en un órgano secundario, como la mama o la próstata, acaba
dañando otro vital, como el cerebro, los huesos o los pulmones.
Desentrañar los secretos que encierra este proceso, conocido como la
metástasis, se ha considerado tradicionalmente el talón de Aquiles en la
lucha contra las más de 200 enfermedades que se conocen por el nombre
genérico de cáncer. El enigma, desde esta semana, ya no lo es tanto. Un
español, el reconocido biólogo catalán Joan Massagué (Barcelona, 1953),
al frente de su equipo en el Centro Memorial Sloan Kettering de Nueva
York, ha descubierto la manera en que los tumores mamarios y pulmonares
acaban atacando el sistema nervioso central. El hallazgo, de confirmarse
con posteriores investigaciones, está llamado a revolucionar la terapia
contra las enfermedades oncológicas y, según los expertos consultados,
podría suponerle a su descubridor la consecución del Premio Nobel.
El propio Massagué se mostró cauto ayer al valorar el
alcance del descubrimiento, aunque tampoco ocultó la esperanza y
satisfacción que le produce anunciar al mundo algo de semejante calado.
«El éxito no está asegurado», reconoció prudente. «Habrá que diseñar un
fármaco, probarlo en animales, demostrar su eficacia, que sus efectos
secundarios son tolerables y ver la reacción que provoca el tratamiento
si se prueba en enfermos».
El especialista catalán lleva más de diez años intentando
desenmascarar los secretos de la metástasis, aplicando a su trabajo una
lógica que de sencilla que parece asombra «hasta a los más grandes
científicos», según reconocieron ayer a este periódico varios
especialistas. Su último estudio, publicado en la revista 'Cell' (del
inglés, 'Célula'), explica el mecanismo por el que las células
cancerígenas se desprenden de los tejidos tumorales y fijan su
residencia en el cerebro. Lo que hacen es instalarse en las venas
capilares, que son las de menor diámetro, pero que desarrollan en el
organismo labores tan básicas como transportar sangre desoxigenada hacia
el corazón para depurarla y transportar la ya saneada a los diferentes
órganos y tejidos.
Una de buenos y malos
Massagué describe en su trabajo cómo estás células se
separan del tumor original para entrar en el torrente sanguíneo y,
finalmente, cruzar «la barrera de sangre del cerebro» hasta lograr
asentarse en los lugares donde podrán desarrollarse. Conseguirlo no es
tarea fácil. Cuando las células metastatizadas llegan al órgano rector
se encuentran con otras células, denominadas 'astrocitos', que actúan
como un escudo de defensa y les fuerzan a autodestruirse. Las defensas,
sin embargo, fallan. «El cáncer no es más que un acúmulo de células
erróneas que han extraviado su forma de comportamiento», describe el
científico.
Su descubrimiento tiene dos protagonistas, que se llaman
plasmina y L1CAM. En medio de esta especie de batalla campal hay una
proteína, la plasmina, que actúa como el héroe de la película. Es una
enzima conocida por su efecto anticoagulante de la sangre, que
desarrolla frente a las células cancerosas una doble estrategia
consistente en impedir que se peguen a la pared externa de las venas y
provocar al mismo tiempo que se autodestruyan, es decir, que se
suiciden.
El 'malo' de la historia es esa otra molécula bautizada
como L1CAM. Un grupúsculo rebelde de células tumorales se vale de ella
para crear un escudo natural que las proteja de la plasmina y les
permita anidar en el cerebro y multiplicarse. Una vez que lo logran, la
metástasis ha comenzado. Las células supervivientes se enganchan a los
capilares sanguíneos «como un oso panda abraza el tronco de un árbol».
El cáncer original se complica.
La identificación de estos dos protagonistas, la plasmina y
el L1CAM, podría favorecer el desarrollo de fármacos que evitarían no
sólo las metástasis de cáncer de mama y de pulmón en el cerebro, sino
también de otras formas tumorales. «Es posible que existan otras
proteínas que intervengan en el desarrollo de otros cánceres, incluso de
éste, pero también es factible que estos mismos elementos favorezcan la
expansión de otras enfermedades», destacó el jefe de Oncología Clínica
del hospital de Cruces, Guillermo López Vivanco, quien no dudó en
calificar el trabajo de «esperanzador y sumamente interesante».
Si los resultados obtenidos se confirman, López-Vivanco
confía en que pueda disponerse de nuevos fármacos para su uso clínico
«antes de diez años». «Situaciones que no se curan podrán curarse y, sin
duda, los pacientes ganarán en calidad y esperanza de vida», vaticinó.
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