«La respiración se me cortaba hasta 68 veces por hora mientras dormía, una locura. Mi mujer pensaba que cualquier día iba a darme algo y acabé en el médico. Tenía apnea del sueño; un trastorno que suele resolverse durmiendo con una máquina que te abre las vías aéreas. La llaman 'cpap', pero no podía con ella. Esos pitidos tan desagradables que emite, el ruido, el cableado... Y luego está que siempre hay que dormir con una mascarilla, que me agobiaba muchísimo. No lo soportaba, así que preferí arriesgarme a lo que fuera, antes que tener que aguantar todo ese aparataje cada noche. Cuando me plantearon la posibilidad de operarme, no me lo pensé dos veces».
Oscar Díez, un vecino de Portugalete de 40 años, ha sido uno de los primeros pacientes en someterse a la más moderna técnica de cirugía contra la apnea del sueño, que se practica en el hospital de Cruces. La intervención consiste en adelantar ligeramente la parte inferior de la mandíbula para favorecer la entrada natural del aire por la traquea, lo que conlleva un cambio en la imagen del rostro que, curiosamente, rejuvenece a los pacientes. La intervención de avance maxilomandibular, que así se llama, surgió en la Universidad de Stanford, en Estados Unidos, donde existe un equipo de investigación especializado en la apnea del sueño; y después se ha ido extendiendo poco a poco por el resto del mundo. Una nueva tecnología desarrollada en Euskadi ha convertido el procedimiento en un auténtico traje a medida.
El 'cliente' llega al hospital, se le toman las medidas del cráneo con un equipo de tomografía computerizada –una especie de escáner– y la información recogida es procesada por un ordenador, que genera imágenes tridimensionales de la operación que se va a practicar. Todo se calcula al milímetro. Después se piden los materiales necesarios para la intervención y, cuando todo está definitivamente listo, evaluados los riesgos y ventajas de la cirugía, «entonces y sólo entonces» se le da al afectado cita para la operación. «Al paciente ni le tocamos», destaca orgulloso el cirujano maxilofacial Joan Brunsó, responsable de las intervenciones. «Cuando llegamos al quirófano, sabemos al milímetro lo que nos vamos a encontrar y cómo lo vamos a resolver. Trabajamos con una precisión altísima, porque todo está digitalizado y personalizado, cuidado al máximo detalle», explica orgulloso el especialista.
La tecnología de diseño asistido por ordenador que permite realizar este tipo de intervenciones ha sido desarrollada de manera conjunta por los servicios de Cirugía Maxilofacial, el de Respiratorio y el Instituto de investigación Biocruces. El estudio previo del paciente que se realiza con ella permite realizar las intervenciones con un porcentaje de éxito del 90%. La iniciativa, que ha contado con el padrinazgo del Gobierno vasco y la Facultad de Medicina y Odontología de la UPV, ha sido reconocida con un premio en el último congreso de la Sociedad Española de Cirugía Oral y Maxilofacial.
La vida en peligro
La intervención no es sencilla, pero ofrece a los pacientes una solución casi definitiva para un problema de salud que, pese a disponer de otras terapias, complica de manera importante la rutina diaria. La apnea del sueño es además un patología crónica, que si no se trata de la manera debida puede poner en peligro la vida del paciente.
Durante el sueño, las vías respiratorias se estrechan y pueden incluso llegar a bloquearse. El afectado comienza a roncar y, por momentos, se queda sin respiración. Los estudios epidemiológicos apuntan a que ésta es una complicación que padece entre un 2% y un 6% de la población, pero la mayoría de los afectados ignoran que lo son. «Casi todos tenemos apneas mientras dormimos, pero son tan escasas y de tan baja intensidad que ni nos enteramos de ellas», detalla el neumólogo José Amilibia, coordinador de la Unidad de Sueño del servicio de Neumología de Cruces. El problema surge cuando el número de crisis supera las 15 o veinte a la hora. Cuando se dan hasta sesenta por hora, como en el caso de Oscar Díez, la vida comienza ya a correr un serio peligro cuando uno duerme.
El sueño se fractura, se vuelve muy débil y, como consecuencia, el paciente comienza a vivir con una sensación permanente de cansancio. Al riesgo de fallecer por ahogamiento durante la noche se suma la posibilidad de sufrir un accidente de cualquier tipo durante el día, ya que la falta de sueño origina una somnolencia incontrolable. «La mayoría de las veces, el afectado acaba sabiendo lo que tiene por su pareja, que es quien le informa de lo que le ocurre al dormir», explica Amilibia. Los ronquidos que emite pueden llegar a ser considerables y dificultar de manera importante el sueño de quien comparte cama o habitación con el afectado.
La primera opción terapéutica que se ofrece a los afectados es ponerse a régimen si tienen un problema de sobrepeso, una circunstancia que suele ser habitual. La obesidad favorece la apnea, porque la grasa depositada en la tripa y la garganta entorpecen el paso normal del aire. En muchos casos, la pérdida de kilos permite abrir la vía y superar la dolencia sin mayores complicaciones. Lamentablemente, sin embargo, no suele ser ésta una medida muy efectiva, según reconoce Amilibia. «Es diferente ir al médico porque quieres adelgazar que ir porque no puedes dormir y, encima, te pongan a dieta», ironiza el especialista.
«La operación tiene tela»
La alternativa más común consiste, por ello, en acostumbrarse a dormir con una de esas máquinas que los especialistas y pacientes que la utilizan conocen como 'cpap'. Es un generador de aire unido a una mascarilla que el usuario se coloca en la boca y que le ayuda a mantener abiertas las vías respiratorias. Funciona fenomenal para un 70% de los usuarios. El 30% restante, en cambio, no la soporta. La otorrinolaringología ofrece para todos ellos diferentes alternativas quirúrgicas, que van desde la retirada total o parcial de las amígdalas hasta el enderezamiento del tabique nasal, pero tampoco siempre dan los resultados que se buscan.
De ahí la esperanza abierta con la cirugía maxilofacial, que consiste en adelantar los maxilares –tanto el superior como el inferior– en más de un centímetro, con el fin de anchar la cavidad bucal. Los huesos se cortan a través de la boca para no dejar cicatrices externas y, una vez ganada la holgura deseada, se sujetan con hierros de titanio, adaptados a la anatomía del paciente. El trabajo se completa en muchas ocasiones con la colocación de unos 'brackets' para ajustar la posición de la dentadura.
Debido al desplazamiento de las mandíbulas, el rostro del paciente sufre una transformación, «casi siempre a mejor». «La mayoría de nosotros somos de raza caucásica y tenemos por ello un maxilar superior poco desarrollado», explica Brunsó, investigador del grupo de Cirugía en Biocruces. «Al avanzar los maxilares, la piel se estira y se logra un aspecto más rejuvenecido. No es un objetivo buscado, pero es un detalle que se tiene en cuenta al planificar la cirugía», concluye. «Los primeros días se pasan en la UCI –añade Oscar Díez, el paciente– porque la operación tiene tela. Pero yo desde el primer día sentí, y se lo dije a mi médico, que respiraba y descansaba mucho mejor. Fue todo un acierto», comenta satisfecho ahora. «No me arrepiento».
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